En Buenos Aires se puede ir a bailar tango cualquier día de la semana. Desde el mediodía hasta la madrugada siguiente, siempre hay una milonga abierta para acoger a los bailarines y celebrar el reiterado rito.
Impresiona la extraña armonía que se produce en la pista: Una abigarrada muchedumbre de parejas abrazadas de edades e idiosincrasias diversas baila en la penumbra. Parece imposible que no se produzcan encontronazos pero así ocurre, todos se mueven respetando el espacio y el ritmo de los demás, ensimismados, atentos, apasionados, serios. Una esperanzadora alegoría de lo que podría ser un mundo de iguales unidos en el común bienestar.
Empecé a bailar tango hace veinte años. Ya resignado a ser un eterno y agradecido aprendiz, intento retratar en estos dibujos lo que veo en las milongas de Buenos Aires: Espacios mágicos de encuentro, de una sencilla y profunda felicidad.
Ojalá este libro sea una forma más de disfrutarlos para quienes ya los conocen y una invitación a conocerlos para quienes aún no lo hicieron.